Cuando despertó, se encontraba acostada sobre una losa de piedra. Trató de incorporarse, pero estaba aquejada por una extraña inmovilidad.
Distinguió una mesa colocada a sus pies en la que había cuatro suaves redomas de alabastro. Entre ellas descansaba un afilado cuchillo curvo.
Trató de hablar, pero no pudo despegar los labios.
Una sensación dolorosa se apoderó de su boca e intentó llevarse la mano a los labios para explorar una posible herida.
Pero sus manos, cruzadas sobre el pecho, estaban atadas.
Como lo estaban sus pies, envueltos en vendas de lino.
Comprendió que estaba tendida en una mesa de momificación, que habían cubierto e inmovilizado su cuerpo con vendas de lino y que manos diestras habían cosido sus labios.
Los vasos situados a sus pies, con tapas en forma de hombre, de chacal, de simio y de halcón eran los Hijos de Horus, las redomas destinadas a contener sus vísceras, si no es que las contenían ya y estaba muerta, su ka o fuerza vital preparada para su encuentro con Anubis, el dios de cabeza de chacal que extrae el corazón del muerto para llevarlo al juicio, donde será pesado por un tribunal justo.
Con los ojos bien abiertos se dio cuenta que había ingresado al recinto una presencia.
Un ser ataviado con un pectoral de lapislázuli y una falda de lino se inclinó sobre su pecho.
Tenía rostro de chacal y sus ojos brillaban con la frialdad de las piedras.
El Disco del Cielo