Siempre el pasado me aguarda en el futuro
En un sueño de palabras...
La Resplandeciente
By
María García Esperón
-
mayo 23, 2010
23 may 2010
Helena fue la patria y el robo. El motivo de la guerra que alumbró el más claro de los poemas.
Helena fue la Infidelidad, pero sobre ella, la Belleza y el Amor.
El llamado ineludible de Afrodita, la ley del deseo, el fuego que destruye y que purifica se encarnaron en la figura de esta princesa a la que la tradición -que es más sabia- hizo hija de Zeus y Leda, gemela preciosa de la feroz Clitemnestra, hermana de Cástor y Pólux.
Su nombre significa la Resplandeciente y por cierto que en su rostro la belleza brillaba con la fuerza de una antorcha. Casó con Menelao, el rey de Esparta y quiso la diosa Afrodita con ella premiar a Paris, príncipe pastor troyano... y que su rapto desencadenase una guerra atroz.
Los griegos dieron a Helena un sobrenombre cruel: Elándros, que significa "destructora de hombres".
Porque muchos helenos perecieron por Helena. Esquilo escribió en su Agamenón: ¿Quién llamó a esa novia de la lanza y fuente de contienda con el nombre de Helena?
El ciego Homero es capaz de recrearla con la fuerza que sólo tienen los mitos alumbrados de verdad. Puede ver su rostro a través del tiempo, remontarse a los manantiales de lo heroico y ahí, tras un fragor de armas y de corazas, de escudos y de altas voces masculinas, estentóreas, detrás de los reyes y de los pastores y de los marinos está esa mujer misteriosa como el mar, unívoca como la luz, que se posee a sí misma porque conoce su destino y porque está hecha del mismo mármol y de la misma espuma que Afrodita.
Homero llama a Helena divina y la muestra y la presenta en los anchos muros de su poema bordando una tela. Desde las puertas Esceas de la fortaleza troyana, la divina nombra en una sucesión alucinada y realista a los principales jefes griegos, a su marido Menelao, al que abandonó, al fuerte Áyax y al astuto Ulises y a Agamenón, pastor de pueblos, desde una perspectiva narrativa que la crítica posterior ha calificado de cinematográfica.
Y es que ella se coloca en un nivel superior al de los demás actores de la vida; drama porque a ella ha sido encomendada la tarea de vivir el drama de la belleza. Y drama es acción, no sólo tragedia. Es dolor -cuántos helenos mueren por Helena-, es conocimiento, es vislumbrar mundos en los que la belleza es completa, en los que las contradicciones y la guerra se funden en el metal dorado del Amor, de la Idea, donde los hombres y las mujeres son más que los hombres y las mujeres y que los celos y el abandono.
Es la alquimia suprema, que reconcilia lo que en el mundo de los hombres es irreconciliable: Helena ama a Menelao, Helena ama a Paris. Helena acepta el destino de la infiel y abre las puertas enmohecidas que contienen a los demonios de la guerra.
Pero Afrodita ama la risa, y en el corazón de la ciudad cercada, la diosa otorga a Helena y a Paris el esplendor y la alegría de los amantes. La muerte ronda a Ilión de altas murallas. Pero en su centro brilla, sin una sombra, inmortal y serena, la belleza de Helena.
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