En un sueño de palabras...

Llovieron esmeraldas: de la contemporaneidad de la poesía azteca

14 may 2010
Explanada del Museo de Antropología, Ciudad de México. Foto: MGE


Sólo venimos a dormir.
Sólo venimos a soñar.
No es verdad, no es verdad
que venimos a vivir en la tierra.

Desposeída de su náhuatl, transliterada, traducida, extraída de su oralidad, impresa, encerrada, chauvinizada y relegada a las páginas intonsas de las antologías escolares, la poesía azteca es un manantial de asombro original para quien la diga con los labios nuevos, para quien la mire con ojos recién abiertos.

Muchas veces reivindicada desde el patrioterismo, las más de las veces incomprendida, la poesía que dejaron los príncipes del Anáhuac, los señores, los cantores de los jardines floridos de Huexotzingo y Cholula, de Texcoco, es de una universalidad que lacera el corazón con la lanza de su sentido, de su sospecha sobre la veracidad de la vida sobre la tierra, del recuerdo a futuro de la real realidad que acontece en otro lado, de la sonrisa triste y la nostalgia inmediata que despierta la flor abierta y efímera, el ave de vuelo fugaz y colorido.

No es verdad que vivimos,
no es verdad que duramos
en la tierra.
¡ Yo tengo que dejar las bellas flores,
tengo que ir en busca del sitio del misterio!
Pero por breve tiempo,
hagamos nuestros los hermosos cantos.

 La poesía azteca expresa al hombre del breve tiempo, el que busca el lugar del misterio, el que está sólo un poco aquí, el que impotente ante la fugacidad intenta hacer suyos los cantos bellos, tan efímeros como la flor que canta, tan fugaces como la invisible vírgula que sale de su boca, plena de palabra, tlahtoa, plena de luz, de vitalidad llena, invadida de muerte:

¿A dónde iremos que muerte no haya?
Por eso llora mi corazón.
¡Tened esfuerzo: nadie va a vivir aquí!
Aun los príncipes son llevados a la muerte:
así desolado está mi corazón.
¡Tened esfuerzo: nadie va a vivir aquí!

Contemporáneos de nuestra sensibilidad los príncipes poetas, los cantores, los señores que hace cinco siglos se sembraron in xochitl in cuicatl, en la flor y el canto, en un sueño de palabras tejido sobre el sueño de la vida, tragedia necesaria de la intensa luz:

 Llovieron esmeraldas;
ya nacieron las flores:
Es tu canto.
Cuando tú lo elevas en México,
el sol está alumbrando.