En un sueño de palabras...

Miedo, discriminación... y gripe

9 may 2009




Tengo el honor de haber sido invitada por Gilberto Calvo, director de la publicación uruguaya Radar, a dar mi punto de vista en torno a la influenza que desconcertó a México durante dos semanas y que provocó una oleada xenófoba de terribles consecuencias no solamente en lo económico, sino en lo moral. El título de Radar describe en tres palabras la esencia del fenómeno: Miedo, discriminación... y gripe.

Mi blog es sobre literatura infantil y juvenil, interacción con los lectores, pasión por los clásicos, la historia y las civilizaciones alejadas en el tiempo... pero ¿cómo no hablar del elefante si éste se encuentra instalado en la sala de estar?

El artículo de Gilberto Calvo se llama "Una gripe que contagia la duda".

El mío, "En el nombre de la salud pública".



En el nombre de la salud pública

María García Esperón



Pertenezco a la generación que tenía 20 años cuando el sismo de 1985. La que vio una ciudad destruida en segundos, edificios volcados, el suplicio de los enterrados vivos, olor a muerte, miles sin electricidad, sin agua, sin teléfono, sin escuela, sin trabajo, sin techo…
La sociedad reaccionó antes que el gobierno. Cavó con las uñas para rescatar a los seres queridos de los escombros, venció el cerco militar que impuso un gobierno inmovilizado y atónito, acostumbró en pocas horas a la pupila a contemplar edificios de 30 pisos derrumbados, hospitales destruidos con sus enfermos y sus médicos atrapados en lo que serían sus tumbas de concreto y la maravillosa supervivencia de varios recién nacidos.
Aquello era dantesco y sin embargo… sin embargo no teníamos miedo. Era una desgracia consumada y lo único que podía hacerse era luchar para vencer sus repercusiones, sus secuelas, para volverse a levantar. Nos dábamos la mano, nos alimentábamos unos a otros en la calle, albergábamos en nuestras casas a quienes ya no la tenían, nos abrazábamos, nos consolábamos. Hubo miles de muertos, nunca pudimos contar el número exacto, pero en torno de esos muertos, llorándolos, estábamos intensa, misteriosamente vivos…

Más de 20 años después, en pocos días, una amenaza fantasmal, un virus desconocido al que se le cambia el nombre todos los días (porcino, humano, mexicano, de Norteamérica, etc. etc.) paralizó a la Ciudad de México, a la grandiosa sobreviviente del apocalíptico sismo del 85, y la convirtió en una presa del miedo.

Pero no fue el virus. No es el virus. Fue, es, el manejo de la información por las instancias gubernamentales y los medios, no solamente mexicanos sino internacionales, que hicieron eco y tuvieron repercusión en sociedades poco acostumbradas a buscar causas y ejercer el pensamiento crítico, sociedades crecidas en la televisión, el cine y el sensacionalismo, que piensan de la misma simplificada manera, que siguieron el desenvolvimiento del que hoy es el drama mexicano como si fuera una película, buscando a propósito el crescendo. que aumentara el número de enfermos y el número de fallecidos, una escalada que saciara el morbo del público, una oportunidad servida en charola de plata para el dirigente enérgico, el político efectivo que propusiera cerrar fronteras, interrumpir vuelos, aislar mexicanos y convertir a las personas en virus en nombre de la salud pública. Sarkozy, Kirchner, García, los Castro y el inescrutable Hu Jintao podrían componer un manual de insensibilidad, prepotencia, ignorancia y en el caso de los dirigentes latinoamericanos citados, una soberana ingratitud para con un país que siempre ha abierto las puertas a argentinos, peruanos y cubanos, a una sociedad que siempre les ha demostrado hospitalidad.

México, el chivo expiatorio del planeta, con las condiciones perfectas para serlo. ¿Por qué los enfermos de influenza humana se mueren en México y en otros países no?, esta es la pregunta pesadilla suspendida en el aire en todas las ruedas de prensa. La respuesta la sabemos en México, pero no nos gusta. La respuesta nos llena de vergüenza, nos hace volver los ojos hacia otro lado, nos empuja a la farmacia a comprar los inservibles cubrebocas, nos hace mirarnos con ojos que no dicen nada sobre la boca amordazada.
Nuestro sistema de salud pública no funciona. Pero tampoco funciona nuestro sistema de educación pública. Quienes tienen recursos acuden a hospitales privados. Quienes pueden pagarla optan por la educación privada. Hospitales públicos y escuelas públicas se miran como la puerta de la muerte y el pase a la ignorancia y a la servidumbre. Porque quienes tienen recursos dejan esas instancias para “los pobres”, así, despectivamente, en este sistema de castas que es la sociedad mexicana, en este país del sálvese quien pueda, en el que la enfermedad y la ignorancia se adjudican como atributos inseparables a los 50 millones de personas que viven en la pobreza.

El gobierno panista, como antes el priísta, ha demostrado con hechos que no le interesa ni la salud, ni la educación. Le interesa perpetuarse en el poder, armar sus cuadros, asegurar las elecciones, para tal vez en un futuro muy lejano invertir en investigación científica, instalar laboratorios del primer mundo, hacer de la educación pública mexicana un modelo para Latinoamérica.

En eso estaba el gobierno cuando le estalló en las manos la crisis de la influenza humana. El miedo internacional disparó hacia México misiles despiadados y un país que nunca ha logrado ser cabalmente un país quedó con su miseria en exhibición, con sus llagas de desigualdad social, de ignorancia y de pobreza al aire. Tal vez por eso el tapabocas ha sido adoptado masivamente, para cubrir en parte la vergüenza, para que no se vea a la boca temblar y volverse rictus grotesco al escuchar la pregunta:

¿Por qué se mueren en México y en el resto del mundo no?

Hasta hoy, 4 de mayo de 2009, hay 26 muertos confirmados por el virus de influenza humana. A diferencia de lo que ocurrió en 1985, no estamos vivos en torno de esos 26 muertos. Y no estamos vivos porque tenemos miedo. Y como tenemos miedo hemos aceptado que nos insulten, que nos desprecien, que nos segreguen y aíslen y que nos pongan en cuarentena.

26 muertos. Esa cifra no llena las 8 columnas de un periódico, no es el gancho de entrada de un noticiario internacional. Esa cifra defrauda el morbo. Habrá que esperar el rebote del virus en noviembre o diciembre para algo que sí sea sensacionalmente letal. Mientras, se podría buscar enfermos escondidos, ubicar a los sospechosos de toser, escanear la temperatura de los viajeros, ir por el que estornuda, separar a los que se abracen, arrestar al que no lleve un cubrebocas sobre el rostro, marcar a los mexicanos con hierro candente... En el sacrosanto nombre de la salud pública.