Brillante y coronada de violetas
Píndaro
Píndaro
La ciudad coronada de violetas es el ámbito de los rostros cercanos. La razón que en ella se ejercita tiende a convencer al otro, a entretejerlo en la red de su filia, de su amistad.
Sócrates pregunta, se chancea, es convidado y se convida.
Mientras los demás se embriagan en el Banquete él mira la belleza inalterable de Alcibiades a través del rostro del amado desfigurado por el vino. Sufre Sócrates porque no ha podido olvidar. Pero es afortunado y lo sabe mientras escucha hablar a Aristófanes y su mito monstruoso de los seres dobles que han sido separados.
Repite las palabras de Diotima de Mantinea y Diotima y sus palabras no son más que su invención para convencer y entretejer a los otros en su discurso que indaga la naturaleza del amor: Es pobre y es rico, es hermoso y desgraciado, todo lo tiene y todo le falta, es inmortal pero se muere, cojo, tuerto y buboso no deja de perseguir a su querida belleza.
Y no es un hombre.
Tampoco un dios.
Es un ser intermedio entre dioses y hombres.
Es un daimon.
Y Sócrates y su daimon abandonan la sala del banquete, sortean los cuerpos derrumbados de los borrachos, y en un amanecer coronado de violetas respiran hondo el mundo que acaba de nacer.