Sotto l’inguine, sotto i glutei il suo corpo era quello di un pesce, rivestito di minutissime squame madreperlacee e azzurre, e terminava in una coda biforcuta che batteva lenta il fondo della barca. Era una sirena.
Al helenista La Ciura le fue deparado el conocer a una sirena siciliana, esto es, una auténtica. Tiene con ella una intensa relación erótica en un espacio que es percibido por los demás como nada del otro mundo pero que para La Ciura y la sirena es un espacio transmutado por el tiempo.
Un espacio tiempo enunciado en griego. Cantado en griego por Ligeia (etimológicamente, la melodiosa).
No el tedioso griego de declinaciones y espíritus ásperos, sino la lengua que hablaron los dioses y que conserva la sirena en su inocente voluptuosidad. Un fluir discursivo que pareciera no tener fin porque su fuente es la poesía azul del Mediterráneo, la blancura cegadora de la arena, columnas sumergidas, sabor a sal, inmortalidad...
Energía pura.
Juventud evocada por La Ciura, juventud del mundo y de la palabra, sueño intocable y eterno, imposible de olvidar, porque es un misterioso sueño hecho de nostálgico pasado y de anhelado porvenir, deseo puro... y que para el hombre que escribe, el príncipe Lampedusa, es no solamente un recuerdo personal conquistado sino la conquista personal del único recuerdo que proviene del futuro: la bella esencial e irresistible, la muerte.
Ligeia.