
Los Pegasos de bronce de Agustín Querol fueron originalmente pensados para rematar el cubo de la sala principal en el Palacio de Bellas Artes.

Son cuatro y vuelan por separado en la explanada del emblemático edificio capitalino. A pesar de su dramatismo y de la reedición light de las criaturas mágicas, pertenecen a ese tipo de monumentos que se miran sin ver, extranjeros del asombro aborigen y si acaso objetivo de cámaras extranjeras.
El escultor catalán al que Adamo Boari encomendó la factura de los Pegasos tuvo mucho éxito en sus días. Tanto que se llegó a sospechar que era un fiasco y que el primer engañado fue él mismo. Protegé de Cánovas del Castillo, se dice que fue, y también un gran acaparador de contratos. Toda España quedó sembrada con los monumentos salidos de su taller. Sus "abigarradas y dramáticas" esculturas (adjetivos según sus críticos) se conservan en La Habana, Buenos Aires y Manila.

En México tenemos los Pegasos y los Pegasos nos tienen a nosotros pues nos miran desde lo alto.
Y de noche, como diría Cortázar de las estatuas de los Dióscuros, los Pegasos se animan y en algún lugar Agustín Querol se ríe de los adjetivos y de sus adjetivadores, una mano en la barba florida de su eternidad.

Fotos Pegasos: MGE