Los Propíleos
La ciudad arquetípica -Troya, Atenas- brota al engarzarse los niveles. La Polis y la Acrópolis, la ciudad alta. Para acceder a ella se requiere un umbral, un pasadizo, unas puertas y para ello Mnesicles en el 437 a.C., bajo la guía de Pericles diseña los Propíleos.
No es empresa fácil, el terreno es accidentado y las prohibiciones que custodian lo sagrado acotan su trabajo. No deben tocarse los terrenos de Ártemis, la Cazadora es celosa. Y vengativa -pensaría Fidias años después, en el exilio. Tampoco debe tocarse la Vía Sacra, ni un centímetro del espacio de Atenea Niké. Y además, hay que continuar el proyecto de Pisístrato, del siglo VI, que inició la construcción de los Propíleos.
Mármol pentélico, el mármol que habla. Debe callar cuando se culmine en los Propíleos la Procesión Panatenea, cuando se extienda en el manto de la luz el manto de la diosa, tejido por las manos de las mujeres de Atenas. Los Propíleos no son una deidad de oro y marfil, sino un escenario santificado para que la mano del hombre toque por un segundo la mano del dios, de la diosa, el corazón de su Atenas.
Los Propíleos, hoy restaurados, tienen la infinita belleza de las obras de arte inacabadas. La Guerra del Peloponeso, en 431 a.C. interrumpió ese proyecto arquitectónico, que como los hijos de los hombres, fue también un sueño.