* Publicado en Biobab. Revista de Arte y Ciencia para niños
Desde muy niña, yo sentí el llamado de las palabras y la necesidad de la poesía.
Me gustaba estar sola para soñar con calma, para en plenitud sentir las oleadas de misterio y de belleza que inundan a los niños, que son su hábitat. Amaba la tarde y la noche, viajaba a través de los espejos, soñaba dormida y soñaba despierta.
Muy pronto descubrí que ese sentimiento aunque inefable podía transformarse en palabras. En palabras leídas que me aguardaban en los libros, custodios fieles de la fuente de la felicidad.
Y que había palabras que componían poemas, que yo me los podía aprender y decirlos, que yo podía hablar con esas palabras mágicas que no eran las de todos los días, sino llaves para abrir la puerta de la casa de la luna, para entender el lenguaje de las aves y el susurro del agua.
¡Temblaba al comenzar a leer un libro nuevo! Ni cuando me he enamorado he temblado igual… La nostalgia que me invadía al terminarlo me llevaba a releerlo y a buscar uno que se le pareciera, que fuera su hermano libro, que tuviera claves parecidas y caminos nuevos, que me acompañara en la maravillosa aventura de leer la vida a través del libro, de vivir el libro en mi propia vida…
Para conservar estas emociones como hierba recién cortada, comencé a escribir literatura infantil y juvenil, siguiendo el mapa de mis sueños, el litoral de mis gustos, las amadas palabras de mis amados autores, muchas de las cuales llevo en la memoria de la imaginación. He ganado premios y publicado libros, en cinco años trascendido las fronteras de mi país a través de esas obras escritas desde la fidelidad a mi propia infancia y pensadas y dirigidas letra a letra para los niños y jóvenes.
En todo esto del escribir mi prioridad ha sido no perder ese sentimiento encantado que experimenté en la niñez y que sabía que por una razón misteriosa puede guardarse en los libros. Ese comunicar con la orilla de la luz, con el ruedo de la felicidad, con el amor purísimo vestido de sueño que todos los niños sienten y saben que existe desde siempre y para siempre.
María García Esperón