En un sueño de palabras...

Teotihuacan: el Señor de las Tormentas

9 ago 2010
 
Figura principal del mural de Tepantitla, en Teotihuacan

La deidad que predomina en los hallazgos teotihuacanos es, sin lugar a dudas, Tláloc. ¿Tláloc? Llamémosle así por el momento, aunque conscientes de que los nombres del Posclásico no corresponden necesariamente a los del Clásico.

El nombre náhuatl, por sus raíces designa a la entidad divina acostada en la tierra: tlalli-onoc. Sus rasgos distintivos son las anteojeras, la lengua bífida de serpiente y los símbolos de fertilidad y de agua que con frecuencia se le asocian: conchas y caracoles.

Su presencia se extiende e involucra sobre todo el ciclo agrícola: custodia las semillas del mantenimiento, envía la lluvia, el relámpago y la fertilidad. Su culto entre los mexicas exigía el sacrificio de niños de rostro mojado por las lágrimas. Entre los teotihuacanos, el hallazgo de esqueletos de infantes en la llamada piramide del Sol podría remitir a la Ciudad de los Dioses el origen de esta peculiaridad dramática de su culto.


¿Cómo llamaban los teotihuacanos a la deidad de la lluvia, la fertilidad y el relámpago? ¿Cómo se referían al rostro esquematizado en las vasijas que hoy se llaman vasijas Tláloc? Volvamos a la imagen que nos ocupa. Por años largos se le identificó con Tlaloc. Están las orejeras, la nariguera que sugiere colmillos y los elementos acuáticos inconfundibles. Verdad es que sus ojos romboidales son atributos del viejo dios del fuego. Y de que no están ni el tocado con el moño ni las anteojeras ni tiene el labio superior enrollado. De sus manos cuelgan gruesas gotas como fecundas mamas que parece van a romperse en promesa vital imperecedera. Actitud corporal abierta, de donante, de cara al espectador, al teotihuacano que miraba y al moderno que mira. Figura frontal, tal vez imagen de culto como la calificó Kubler, privándola de la oportunidad de ser una deidad. Manos abiertas, palmas francas, con las uñas bien delimitadas, con la seguridad de una escritura que va a ser leída.

¿Uñas? ¿Palmas? Si está de frente, ¿cómo puede mostrar las uñas? ¿Y por qué los brazos se disponen a la altura de la nariguera colmilluda como si se tratara de un crustáceo y no de un ser humano?
La postura de las manos nos lleva, junto con René Millon, a considerar que la figura está de espaldas y que en el torrente simbólico de ese su dorso lleva incrustada una máscara con las orejeras y los colmillos y los elementos acuáticos inconfundibles, del mismo modo como en el caudal de la serpiente del Templo de la Serpiente Emplumada se incrustan las cabezas del rostro interpretado erróneamente como el de Tláloc, como han señalado tanto Karl A. Taube como Saburo Sugiyama.

“Saburo Sugiyama y yo creemos que la segunda cabeza es un tocado o un casco. Basándome en imágenes y textos del Clásico maya que se refieren a esta criatura teotihuacana, creo que la cabeza es un caso con mosaicos de cocha que muestra una serpiente sobrenatural estrechamente ligada a la tierra. Como se verá más tarde, la serpiente emplumada teotihuacana aparece a veces con un tocado sobre el cuerpo”



El incómodo crustáceo que llamábamos Tláloc se agiganta, crece hasta la altura de su penacho, oculta el rostro y libera la máscara que tal vez sea un tocado. Hay que mirarlo mejor, hay que pararse de puntas y arquear las cejas y liberar el ojo para escrutar ese signo vuelto de espaldas.

Otra vez las manos. Otra vez las uñas. Teñidas cuidadosamente. Religiosamente teñidas. Como hoy se las tiñe una mujer. Como hace dos mil años se las tiñó una mujer. Como hace dos mil años se las tiñó un hombre, un hombre que fuera sacerdote o que fuera dios o una sacerdotisa o una diosa. Sin asirlos, la figura sostiene un caracol seccionado en cada mano. De ahí manan las enormes gotas, ocho en cada lado. Los brazaletes añaden ornamentación y riqueza al icono. Las mangas –único elemento textil de la figura- descansaron en el muro con la confianza de la tela que envuelve y se derrama sobre el cuerpo.

La máscara con algunos de los atributos de Tláloc esta decididamente en la espalda de la incógnita. Se hace dialéctica la máscara. Lluvia pero también fuego, ¿no es ese par de “ojos” romboidales atributo del viejo dios del fuego? ¿No está decididamente relacionado el signo con el arquetipo de lo temporal –el símbolo del año- representado y vuelto a representar en los espacios teotihuacanos? 

Es dialéctica la máscara. Sintetiza opuestos. Sin moverse, se mueve. 

Es otro tipo de fuego porque es otro tipo de agua. Es el agua quemada y la llama acuosa, el torrente en el anafre, quiza el impulso eléctrico vital serpeando en los torrentes húmedos del cuerpo. 

Serpeando, como en el cielo la marca de fuego del Señor de las Tormentas.

María García Esperón