“Mi padre es un hombre triste.
No tendría por qué serlo. Es el dueño de todo. Le llaman el Gran Tlatoani. Eso quiere decir que es nuestro rey, nuestro emperador.”
Así empieza la última novela de María García Esperón, Copo de Algodón, ¿novela histórica o historia novelada?, lo cierto es que gracias a la invención, y a la imaginación de la autora llegamos hasta donde la historia no llega y lo hacemos de una manera más intensa, más entretenida. Si bien la leyenda cuenta que Tecuixpo, fue la hija de la princesa de Tacuba y del señor de Tenochtitlan, que se casó primero con el señor de Iztapalapa, Cuitláhuac, después con Cuauhtémoc y que tuvo varios matrimonios con españoles; que presenció las guerras floridas, la llegada de los españoles, la matanza de Cholula, el sitio de Tenochtitlan, y la muerte de Moctezuma y de Cuitláhuac, sin embargo, no conocemos los pensamientos ni los sentimientos de Copo de Algodón y de otros protagonistas en el momento en que todo esto sucedía. Es ahí, precisamente en ese espacio que dejan los acontecimientos históricos, donde existe un abanico de posibilidades para la ficción.
Y es que la historia no sólo está en el relato de batallas y conquistas, en las palabras del general o el dictador, en los líos de los monarcas, está también, y sobre todo, en la vida cotidiana, en las costumbres, en la existencia, en el sentir y el pensamiento de miles de seres anónimos.
En Copo de Algodón escuchamos la voz de una niña de nueve años, seguimos con su mirada los acontecimientos que le tocó vivir y acudimos a ellos sin maniqueísmos, a través de una visión franca, que a veces muestra extrañeza, otras duda, miedo o un profundo dolor, y otras más orgullo. Desde esa perspectiva asistimos al sacrificio de Quetzalli, una pequeña como ella; al matrimonio de la propia Tecuixpo con Cuitláhuac, hombre ya maduro; a la relación que entablan Cortés y Moctezuma; conocemos también el sentir de Moctuzuma, de Cortés o de La Malinche. Al fondo, desdibujados, personajes como la nana, Teyhualco, la madre, o Axayácatl, el hermano, y Papantzin, la esposa de Cuitlahuac, completan el cuadro, para darnos a conocer, pero sobre todo para hacernos sentir, toda una cosmovisión.
Contar la historia desde un punto literario constituye todo un reto: ¿cómo rellenar
los huecos documentales con suposiciones que tengan una coherencia narrativa y que, además, sean verosímiles? ¿Cómo combinar, el rigor histórico con la invención, con el disfrute y con la creatividad literaria?
Copo de Algodón nos traslada a la época y nos refiere una serie de acontecimientos, pero sobre todo nos los recrea: disfrutamos y sufrimos con Tecuixpo, nos planteamos nuevos interrogantes en torno a los acontecimientos históricos, pero también seguimos sus palabras como quien escucha un cuento relatado por un amigo. Imaginamos los espacios, los rostros, las ropas, los objetos, hacemos conjeturas sobre las sensaciones experimentadas por los protagonistas e incluso reflexionamos y tomamos posición ante sus actos. Recreamos la historia, pero no como meros datos o sucesión de hechos, sino contextualizando, interrelacionando, construyendo, imaginando, y finalmente, formando nuestro propio conocimiento y estableciendo un puente entre el pasado que la novela recrea y el presente que vivimos.
¿Qué mejor manera de aprender historia que a través de un relato como éste?
No tendría por qué serlo. Es el dueño de todo. Le llaman el Gran Tlatoani. Eso quiere decir que es nuestro rey, nuestro emperador.”
Así empieza la última novela de María García Esperón, Copo de Algodón, ¿novela histórica o historia novelada?, lo cierto es que gracias a la invención, y a la imaginación de la autora llegamos hasta donde la historia no llega y lo hacemos de una manera más intensa, más entretenida. Si bien la leyenda cuenta que Tecuixpo, fue la hija de la princesa de Tacuba y del señor de Tenochtitlan, que se casó primero con el señor de Iztapalapa, Cuitláhuac, después con Cuauhtémoc y que tuvo varios matrimonios con españoles; que presenció las guerras floridas, la llegada de los españoles, la matanza de Cholula, el sitio de Tenochtitlan, y la muerte de Moctezuma y de Cuitláhuac, sin embargo, no conocemos los pensamientos ni los sentimientos de Copo de Algodón y de otros protagonistas en el momento en que todo esto sucedía. Es ahí, precisamente en ese espacio que dejan los acontecimientos históricos, donde existe un abanico de posibilidades para la ficción.
Y es que la historia no sólo está en el relato de batallas y conquistas, en las palabras del general o el dictador, en los líos de los monarcas, está también, y sobre todo, en la vida cotidiana, en las costumbres, en la existencia, en el sentir y el pensamiento de miles de seres anónimos.
En Copo de Algodón escuchamos la voz de una niña de nueve años, seguimos con su mirada los acontecimientos que le tocó vivir y acudimos a ellos sin maniqueísmos, a través de una visión franca, que a veces muestra extrañeza, otras duda, miedo o un profundo dolor, y otras más orgullo. Desde esa perspectiva asistimos al sacrificio de Quetzalli, una pequeña como ella; al matrimonio de la propia Tecuixpo con Cuitláhuac, hombre ya maduro; a la relación que entablan Cortés y Moctezuma; conocemos también el sentir de Moctuzuma, de Cortés o de La Malinche. Al fondo, desdibujados, personajes como la nana, Teyhualco, la madre, o Axayácatl, el hermano, y Papantzin, la esposa de Cuitlahuac, completan el cuadro, para darnos a conocer, pero sobre todo para hacernos sentir, toda una cosmovisión.
Contar la historia desde un punto literario constituye todo un reto: ¿cómo rellenar
los huecos documentales con suposiciones que tengan una coherencia narrativa y que, además, sean verosímiles? ¿Cómo combinar, el rigor histórico con la invención, con el disfrute y con la creatividad literaria?
Copo de Algodón nos traslada a la época y nos refiere una serie de acontecimientos, pero sobre todo nos los recrea: disfrutamos y sufrimos con Tecuixpo, nos planteamos nuevos interrogantes en torno a los acontecimientos históricos, pero también seguimos sus palabras como quien escucha un cuento relatado por un amigo. Imaginamos los espacios, los rostros, las ropas, los objetos, hacemos conjeturas sobre las sensaciones experimentadas por los protagonistas e incluso reflexionamos y tomamos posición ante sus actos. Recreamos la historia, pero no como meros datos o sucesión de hechos, sino contextualizando, interrelacionando, construyendo, imaginando, y finalmente, formando nuestro propio conocimiento y estableciendo un puente entre el pasado que la novela recrea y el presente que vivimos.
¿Qué mejor manera de aprender historia que a través de un relato como éste?
Ana María Carbonell, Club Sácale Jugo a la Lectura