Era un dragón rojo
muy noble y valiente.
Vivía en un castillo
del reino del Siempre.
Alas escarlata,
cuerpo de rubí,
trono de amatista,
cetro carmesí.
Sobre sus dominios
no se ponía el Sol.
Era poderoso,
era emperador.
Cierto día una guerra
quiso declarar
al reino vecino
de Nunca Jamás.
Sus rojas banderas
ondearon gallardas
por montes y valles,
también por cañadas.
Cañones arrastran
los rojos corceles
espadas y escudos
forrados con pieles.
¡Alalé, al combate!
rugía el dragón
las huestes seguían
a su emperador.
Pero en ese reino
de Nunca Jamás
solo podían verse
banderas de paz.
Los blancos pañuelos
en las blancas torres.
Las palomas blancas
y las blancas flores.
La gente del reino
con ramos de olivo
vestida de blanco
colmaba el camino.
"Detén esa guerra
no causes dolor.
Queremos que seas
nuestro emperador".
Detuvo la guerra
el rojo dragón
y en una gran fiesta
el cuento acabó.