En un sueño de palabras...

Hacia una feliz distopía: Andrés Acosta sobre la literatura juvenil

3 abr 2011
Los seres humanos nacen unos catorce años demasiado pronto.

Joseph Campbell

Andrés Acosta *

¿Literatura juvenil?, pregunta con la ceja arqueada algún colega escritor, ¿y eso existe tú? Respondo que honestamente no sé si exista, pero de que hay libros y colecciones de iteratura juvenil, los hay. Incluso, hago un alto en la escritura del tercero en mi bibliografía para redactar en breve nota.

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Actualmente no dudamos que exista la juventud (en su forma moderna), a pesar de ser un invento reciente. La juventud es una construcción aseguran algunos sociólogos. Y se trata de un producto novedoso en la historia del hombre, de apenas sesenta años, si pecamos de precisos (¡ja!, la juventud ya cumplió sus primeros sesenta).

Hasta la primera mitad del siglo XX no existía la juventud tal como la conocemos ahora: un período de varios años de adaptación al mundo adulto, breve y feliz para unos; largo, confuso y desventurado para otros. El final de la infancia era tan abrupto que casi de inmediato había que empezar a lidiar con las responsabilidades típicas de la adultez, como el trabajo y el matrimonio. Después de la Segunda Guerra mundial las condiciones de vida cambiaron; el promedio de vida se alargó, se empezaron a reconocer los derechos de los niños y de los adolescentes, y surgió entonces una etapa más en el desarrollo por el cual debe atravesar cada persona. Una etapa que iba aproximadamente de los trece o catorce años a los dieciocho, y que cada vez se extiende más: hasta los veintiséis años, en algunos países, y que en México ya anda, al menos en cuanto a becas y publicaciones, por los ¡treintaicinco años!

El invento de la juventud está innegablemente ligado al capitalismo y nace en un entorno de crisis y desempleo típicos de la posguerra. ¿Convenía mantener más tiempo ocupado estudiando a un sector de la sociedad con bajas expectativas de encontrar trabajo, o era necesario diseñar un nuevo perfil de consumidor, vital, agresivo, para reactivar la economía? Ahora, incluso hay quienes estudian distintos doctorados y posdoctorados como una forma de mantener su estatus estudiantil (juvenil) y así evitar enfrentarse con la realidad que los espera más allá del paternalismo de las becas académicas.

En los años cincuenta, la cultura popular vio surgir figuras emblemáticas de la juventud, para muestra, ahí está James Dean y su clásica actitud ante la vida (que lo llevó a una muerte tan veloz como su coche de carreras). Desde aquellos primeros jóvenes, rebeldes e inadaptados, hasta la tristemente famosa Generación ni-ni de hoy (jóvenes que ni estudian ni trabajan) lo que priva es la oscura perspectiva laboral y de vida. Según la Organización Internacional del Trabajo, en la actualidad, la tasa de desempleo mundial es del 21%.

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De las primeras obras de la literatura juvenil contemporánea (LJC), entendida como aquella que se escribe ex profeso para jóvenes, a partir de la segunda mitad del siglo XX, destacan las de Paul Zigman (The Pigman, 1968) y Susan Hinton. Quiero referirme al caso paradigmático de Susan Hinton, quien nació en Tulsa, Oklahoma, justamente en 1950. Susan, con tan sólo diecisiete años, y frustrada por no encontrar libros en su ciudad de origen que hablaran de temas que a ella le interesaran, publicó la novela Los rebeldes (The Outsiders, 1967), convirtiéndose en un éxito instantáneo, igual que la Ley de la calle (Rumble Fish, 1968) publicada el año siguiente. Francis Ford Coppola llevó ambas novelas a la pantalla grande en 1983; se ubican en Tulsa, entre los años cincuenta y sesenta, y giran en torno a jóvenes inadaptados con un futuro negro, desesperanzador.

La LJC sí existe. Talvez sea otro de esos inventos modernos, una especie de construcción derivada de la juventud, creada por la industria editorial para cubrir la demanda del sector social que más lee (en cuanto a edades se refiere). ¿Pero acaso no surgieron así los antiguos géneros literarios, como una respuesta a la necesidad de contar, de sacar a la luz la historia de un determinado grupo social?

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Aunque la máxima aspiración de la LJC, al menos desde mi punto de vista, sea convertirse simplemente en literatura, sin apellidos ni clasificaciones, es necesario (¡oh, paradoja!) que primero alcance su diferenciación (como un proceso natural de evolución en la historia de la literatura).

En muchas ocasiones se utilizan los términos literatura infantil (LI) y literatura infantil y juvenil (LIJ) como sinónimos, pero para ser justos, el término literatura juvenil (LJ) merece su diferenciación e independencia. Además de esta nota, dejo de lado la literatura clásica y sus adaptaciones, que suelen incorporarse a algunas colecciones del LJ, para referirme estrictamente a un género que se practica sólo a partir de la invención de la juventud, escrito ex profeso para un público juvenil: la LJC.
Al contrario de lo que sucede con la literatura infantil en nuestro país, bastante desarrollada durante las últimas décadas, la LJC, poco conocida, y por consiguiente, incomprendida, se concentra en un solo género: la novela. No dudo que existan el cuento y la poesía juveniles, pero las pocas colecciones de LJC nacionales (y la mayoría de las extranjeras) sólo editan novela. De entre esas pocas colecciones de LJC, el porcentaje de autores locales dentro de su catálogo suele ser bajo; quizás, en primer lugar, por la dificultad de encontrar obras de valía; en segundo, porque es más seguro comprar los derechos de una obra extranjera que ya demostró antes su calidad o, al menos, sus altas ventas en otros países, que arriesgarse con una nueva.

Muy pocas editoriales han apostado por un catálogo de LJC con un porcentaje alto de autores locales, como Ediciones SM, que incluso promueve la escritura del género a través del premio Gran Angular. También están la editorial Norma y su reciente Premio de Novela Juvenil, Progreso y el Naranjo, que hacen un gran esfuerzo por conquistar autores nacionales. Con menos autores locales figuran Alfaguara, Castillo y el Fondo de Cultura Económica. Aunque, por otro lado, editoriales como Almadía, Océano, Random House Mondadori, Ediciones B y Jus ya empiezan a publicar LJC nacional.

Y, así como podríamos decir que un objeto es arte desde el momento en que se exhibe como tal en un museo o en una galería, prácticamente cualquier obra que se edite en una colección de LJC es LJC. Sin embargo, quiero destacar al menos un rasgo obvio y a la vez engañoso de este género: la temática juvenil. No toda obra que verse sobre dicha temática es LJC. Tampoco toda LJC tiene por tema la juventud, pero es uno de los posibles puntos de partida, especialmente los llamados ritos de iniciación modernos.

Joseph Campbell sostiene que la humana es la especie que depende durante más tiempo de sus progenitores para subsistir, entre doce y catorce años. También dice que, a partir de esa edad hay un segundo nacimiento que las culturas antiguas tenían bien identificado, por lo que se llevaban a cabo ciertos ritos de iniciación, algunos bastante salvajes, pero que simbolizaban, entre otras cosas, la propia muerte para nacer en el mundo adulto.

Buena parte de la LJC tiene como trasfondo los nuevos ritos de iniciación o, incluso, los ritos del futuro, que casi siempre se proyectan a través de una visión apocalíptica del mundo.

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El desarrollo de la LJC nacional comienza a cobrar impulso, cuenta ya con varios autores que destacan por su calidad y porque han ganado premios como el Gran Angular, el Norma-Fundalectura o cuyos libros se seleccionan para el programa de Bibliotecas de Aula, de la SEP, o para algún otro fondo editorial: Antonio y Javier Malpica, Jaime Alfonso Sandoval, Mónica Brozon, Gilberto Rendón, Verónica Murguía, Bernardo Fernández Bef, María García Esperón, Juan Carlos Quezadas, Berta Hiriart (en cuento juvenil); Francisco Hinojosa (con una novela gráfica) Norma Muñoz Ledo, Antonio Ramos Revillas, Flor Aguilera, Cecilia Eudave y Paulina Aguilar, entre otros. Pero es en países como Estados Unidos e Inglaterra donde existe ya una tradición de varias décadas.

Buena parte de la LJC tiene como trasfondo los nuevos ritos de iniciación o, incluso, los ritos del futuro, que casi siempre se proyectan a través de una visión apocalíptica del mundo.

Tomando en cuenta que el panorama para la juventud actual, globalizada, se presenta sombrío, quizá esta es la razón por la que en las estanterías de lo juvenil de Estados Unidos, una corriente a todas luces distópica, como bien detecta Laura Millar en su artículo para The New Yorker: “Infierno fresco: Qué hay detrás del boom de la ficción distópica para lectores jóvenes”.

Miller describe una serie de novelas con escenarios oscuros y apocalípticos cuyos protagonistas son jóvenes que deben sortear peligrosas pruebas para sobrevivir. La trilogía de novelas, de Suzanne Collins, Los juegos del hambre (2008-2010), es el ejemplo perfecto. Su protagonista, Katniss Everdeen vive en uno de los doce distritos regidos por el despótico poder central del Capitolio. Cada año son seleccionados al azar dos niños por distrito para que participen en un brutal torneo, televisado, de supervivencia: al final sólo debe quedar vivo un niño. Argumento, por cierto, muy parecido al de la novela del japonés Koushun Takami, Battle Royale (1999), en la que un gobierno totalitario obliga a jóvenes estudiantes a luchar a muerte entre sí. Esta última novela dio lugar a la estupenda adaptación cinematográfica del mismo nombre, dirigida por Kinji Fukasaku (2000). En breve, Los juegos del hambre. Habría que comparar los resultados de ambas películas, pero sospecho que, por mucho, la versión japonesa lleva las de ganar.

Millar detecta dos diferencias importantes entre las distopías para adultos y para jóvenes. En primer lugar, mientras la distopía en la literatura para adultos no es capaz de librarse del tufo moralista, de la advertencia didáctica sobre el futuro, la juvenil , en cambio, constituye un recuento alegórico de lo que el joven sufre mientras se intenta adaptar a un mundo que hereda en franca decadencia, lleno de injusticias, jerarquías y desempleo.

En segundo lugar, y más importante aún, Millar se da cuenta de que la distopía juvenil atiende más a una lógica arquetípica que racional, de manera que nos presenta historias míticas, fábulas, antes que simple crítica social. Por tal motivo, los avances tecnológicos y los personajes extravagantes sólo son parte del escenario de un cúmulo de historias con un marcado carácter universal.

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Es muy posible que en los próximos años la tendencia distópica llegue a la LJC de México, y que esto suceda en pleno apogeo del subgénero como parte de su itinerario natural, encaminado hacia temas arquetípicos, universales, llenos de aventuras que seducen más a los lectores jóvenes que cualquier texto aleccionador.

Cuando la LJC entre en verdadera eclosión luminosa, abrevará de los temas más oscuros para forjar una feliz distopía. Así, no nos extrañará ver resurgir entre sus páginas a un Rama, un Prometeo, o un Hunaphú contemporáneos, atravesando por peligrosas pruebas en escenarios nacionales o, al menos, más cercanos a nuestra idiosincrasia.

* Publicado en Tierra adentro, octubre-noviembre 2010, no.166, México, Conaculta.