En un sueño de palabras...

Isis de los mil nombres

30 ago 2007

La diosa de los mil nombres fue la más grande de las deidades del Helenismo.
Se le llegó a identificar prácticamente con todas las diosas alumbradas por el fértil Mediterráneo.
También llegó a ser todas las mujeres.
A cargo de Isis estaba la civilización, que era también su don supremo. Se le llamaba Señora de Todo, la Omnividente, la Todopoderosa, la Reina del Mundo Habitado, Estrella de Mar, Diadema de la Vida, Salvadora, Gracia, Belleza, Fortuna, Verdad, Sabiduría y Amor.

Coronada con la luna en cuarto creciente, sus sienes ceñidas con una diadema de lotos azules y en sus brazos el niño dios Horus, todavía algunas de sus estatuas se identifican con la Virgen María de los cristianos.

Su verdadera imagen

La conocían sus fieles solamente en noviembre, cuando era paseada en procesión por sus sacerdotes de negra estola. Cubierta de joyas y suntuosamente ataviada, la verdadera imagen de Isis salía a vivir el recurrente drama de la pasión de Osiris...

Osiris, el joven dios muere a manos del artero Tifón. La joven Isis peregrina por el mundo en busca de su cadáver despedazado...
Más tarde y siempre puntual, ocurre su resurrección gloriosa. Isis deja de llorar.
En primavera, una suntuosa procesión se orquestaba para botar al agua la embarcación simbólica de la diosa... Quienes participaban en ella debín pasar por la muerte ritual para gustar plenamente la sagrada copa de la vida.


El símbolo de la vida


La diosa de la vida lleva en su mano su propio símbolo. Cuando no lo lleva, es su mano -sus manos- las que lo dibujan en el aire. El ANJ que porta Isis es un espejo de cobre, considerado como el metal del cielo que captura la luz.
Es también una correa de sandalia, vista desde arriba, porque los antiguos egipcios pensaban que la vida era el poder de retener la luz del origen y de dar camino a los pies. Elaboraciones esotéricas posteriores lo identificarán con el símbolo del cobre, el metal de la diosa del amor, Ciprina. Curva y cruz que misteriosamente –mistéricamente- se constituirán en la planta y paradigma de la catedral gótica ese templo de la Madre, la Madre misma.


La diosa amiga
Isis se convirtió en un fenómeno que no se había dado en el Mediterráneo: la diosa de la mujer. La deidad de ojos de lechuza, Atenea, había sido exlusivamente diosa del hombre, del guerrero, de la ciudad. Artemisa era fría como la Luna. Pero Isis había sido esposa y madre, había sufrido, sabía comprender.


El himno de Ios
Yo soy Isis.
Soy aquella a quien las mujeres llaman diosa.
Ordeno que las mujeres sean amadas por los hombres.
Yo uní a la esposa con el esposo e inventé el matrimonio.
Yo ordené que las mujeres parieran hijos y que los hijos amaran a sus padres...


Nuestra Señora
Cuando todo terminó y los dioses como Zeus, Apolo y el helenístico Serapis fueron desterrados, sólo sobrevivió Isis, la diosa de los mil nombres, bajo otro culto universal: el de la Virgen María. Sus devotos pasaron de sus brazos a los brazos de la Madre Cristiana. Sus estatuas fueron respetadas y muchas de ellas sirvieron para representar a la Madre de Cristo. Aún ahora, cuando los fieles desgranan las palabras de la Letanía Lauretana, los nombres de Isis se enredan con el incienso y se hacen barcos de fe. Reina del Cielo, Arca de la Alianza, Diadema de la Vida, Estrella del Mar, Nuestra Señora...