Me lo imagino muchas veces: atravesaré el candor inmenso del último crepúsculo, sentiré cómo todo lo que ha estado conmigo fugazmente queda a cada paso más lejano, observaré la brisa entre los árboles, miraré el humo azul de alguna chimenea, el curso de los ríos, la espalda de los campos, la longitud del mar, la forma de la tierra. Cruzaré la apariencia de las nubes. Diré adiós y en silencio ascenderé ansioso la distancia. ¡Qué hermoso lo perdido; qué exiguo, desde arriba, lo dejado! Tan pronto como llegue, comenzaré a buscaros. Tan pronto como alcance la llanura infinita, indagaré qué dirección seguir, por qué rumbo adentrarme, por dónde comenzar a no ser tiempo. Desde todas las lomas, otearé la mansedumbre eterna y avistaré en seguida la senda que me lleve hasta vuestra heredad definitiva. Divisaré los signos con que nos prometimos poder reconocernos: una estrella encendida, la sombra de una higuera, hortensias en los lindes de espigas y lavandas y, en torno a los caminos, saúcos y mimbreras donde aniden los pájaros. Y un petirrojo en tu hombro, mientras lanzas semillas de luz en los espacios.
Pronunciaré los nombres y agitaré los brazos y vendréis hacia mí, como un soplo de aire, seguidos por los perros, nuestros perros, contentos y ladrando. ¡Cuánto tiempo y qué poco! Pareceréis los mismos. ¡Qué alma limpia y joven, qué gestos más humanos! ¡Cuánto temí el momento de no hallaros jamás! ¡Y qué calor más mío el de éste vuestro tacto! ¡Qué piel más conocida la de vuestros espíritus! ¡Cuánto quise soñar las palabras que oigo; cuánto soñé escuchar esta voz y estos labios!
Me enseñaréis accesos y laderas, fisuras desde donde recordar y atisbar el universo. Me diréis cómo pasan allí las estaciones, cómo es vivir de muerto, sin días ni mañanas, sin horas y sin años. Recorreremos juntos, sin prisa y para siempre, la frágil superficie de la nada, sus frondas y sus riscos, sus fincas y sus páramos. Podremos terminar lo que no tuvo fin, revelar lo que nunca creímos oportuno, confesar lo que nunca hubiéramos pensado.
Toda la eternidad para nosotros, sin barreras ni pozos ni alambradas ni obstáculos. Me guiaréis por rampas y por desfiladeros y me descubriréis los frutos comestibles, las hierbas saludables, los manantiales puros de los itinerarios. Toda la eternidad perpetuamente nuestra. La eternidad entera, con los perros alerta y una estrella ardiendo por si alguien más viniera preguntando.
(C) Aurelio González Ovies La Nueva España, 14 d octubre de 2009