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Me hace franca la puerta y antes de que yo abra la boca me agradece haberme interesado por su idioma.
Me sirve un café y extiende ante mí una alfombra árabe y una alfombra persa.
-Son muy distintas, me dice. -Y dejemos la palabra persa para las alfombras y elijamos farsi para la lengua. El farsi y el árabe son muy distintos, pero usamos las mismas letras... con algunas adiciones.
-Ya lo sé, el alifato.
-Los poetas persas florecieron sobre la cresta del gran espíritu árabe. Pero nuestra lengua... bueno, ya sabe usted... se hablaba en el paraíso.
-Paraíso es jardín.
-Ya lo sabe.
Llevamos veinte lecciones. Bist. No se cansa de mi asombro. Me pide perdón por las irregularidades de su lengua y cuando estoy cansada me dice un poema.
Tengo su voz recostada en el meandro de la oreja, viene de cerca y de lejos... no está hablando ahora exactamente, sino hace meses o años.
Cae la tarde y pasa un gato blanco... gorbeh ye sefid.
Me despido de él. Hasta la semana próxima. Khoda hafez.
Se llama Hassan.
No podría vivir sin él.
No he visto su rostro.