En un sueño de palabras...

Amor que mueve el Sol, reseña de Anabel Sáiz Ripoll en Top Cultural

5 jun 2021


 

Fuente: Top Cultural


Por Anabel Sáiz Ripoll.

¿Qué decir de Dante? ¿Qué es el padre de la lengua italiana? ¿Qué es uno de los grandes junto a Shakespeare y a Cervantes? Todo eso es cierto, pero mucho más también, aunque no es lo que le interesa especialmente a María García Esperón, ya que ella lo que busca es la intrahistoria, qué hay detrás de la versión oficial, qué fue de las emociones y los sentimientos.

Dante, nació en Florencia, sobre el 1265 y murió en Rávena en 1321. De procedencia noble, se involucró activamente en política y sufrió las consecuencias con el exilio. En su época la ciudad estaba dividida por dos facciones políticas, los güelfos y los gibelinos, que, aunque no afectó al padre de Dante, sí a él mismo. Su madre murió cuando era aún un niño. Y a los 11 años se concertó su matrimonio con Gemma di Manetto Donatti, de poderosa familia, con quien se casó tiempo después y con quien tuvo tres hijos.

A Dante se le debe La Divina Comedia, como obra fundamental, aunque también fue un gran representante del “dolce stiul nuovo” como se desmuestra en su obra Vita nuova, en donde, al estilo del amor cortés, relata su relación platónica con Beatriz. También podemos recordar De vulgari eloquentia, un ensayo sobre las lenguas autóctonas.

María García Esperón abandona estos lastres externos y se concentra en Beatriz, a quien familiarmente llamaban Bice. Joven florentina, que vivía no muy lejos de Dante, a quien también casaron con un hombre que le doblaba la edad, de Beatriz nunca se ha sabido nada, solo que fue la musa de Dante e, incluso, algunos opinan que tal vez  inventada.

Si bien es cierto que se vieron dos veces, una en la infancia y otra en la juventud, en los dos quedaría una profunda huella del momento que es lo que, en el libro que nos ocupa, nos transmite Beatriz. La joven, a manera de epístola, pero también de testamento, se dirige a Dante en su lecho de muerte, puesto que no va a sobrevivir al parto, y evoca esos dos encuentros, pero, sobre todo, la emoción que los alimentó después, el sentimiento que le permitió seguir viva y que nutrió su espíritu. Beatriz repasa su vida, las luchas florentinas, la decisión de su padre de casarla con alguien tan mayor y esa ansia que tuvo siempre de aprender, sobre todo filosofía, y que nunca le fue concedida. Bice valora los poemas de Dante, se siente protagonista de ellos y le duele no haber podido hacer realidad ese sueño. La joven, de clase social alta, se debía a la opinión de sus padres y su obediencia estaba más que asegurada, pero era obediencia de acción, no de pensamiento, ya que el pensamiento es libre y ella se sabe, de alguna manera, inmortal gracias a Dante.

En La Divina Comedia es Beatriz quien conduce a Dante por el Paraíso y es ella quien lo espera y toma el relevo del gran Virgilio. A Beatriz se le otorga la gloria y una categoría superior, divina, porque el amor la ha hecho inmortal de verdad y la vida, mero accidente en nuestro camino, no ha interrumpido su misión, mucho más elevada que la de ser madre y esposa, Beatriz es musa, por la tanto, es siempre, es ayer, hoy y mañana.

María García Esperón, traspasada de emoción, contagiada por el ambiente florentino y con sus circunstancias familiares muy propicias para escribir este texto, sabe muy bien qué debe decir, es más, se deja guiar por la propia Beatriz quien, con melancolía, pero también con serenidad, repasa esos momentos, tal vez breves, pero que le bastaron para llenar toda su vida y, mucho más. Realmente, un amor que, de verdad, pudo mover el sol.