IX ENCUENTRO TEÓRICO NIÑOS, AUTORES Y LIBROS.
Una merienda de locos
Lunes 18 al 20 de febrero de 2012
Sociedad Cultural José Martí
Día 20 de febrero de 2012
10.00 AM:
10.15 AM: Conversatorio Los héroes de ayer, hoy y siempre (Apuntes sobre una literatura desde la Historia), María García Esperón (México)
Presentador: Enrique Pérez Díaz
Una literatura desde la Historia
María García Esperón
Muy buenos días tengan todos ustedes.
Es para mí un honor el poder hacer llegar estas palabras a los jóvenes lectores cubanos a través de un portavoz de privilegio, ese ángel con mayúsculas y en griego –ánguelos, mensajero- que es Enrique Pérez Díaz, uno de los autores de literatura infantil y juvenil más importantes a lo largo y ancho del mapa hispanohablante o hispanosoñante, con quien me une la más hermosa de las amistades y a quien profeso la más grande admiración.
Me toca vivir aquí, a través de Enrique y entre todos ustedes una de las mayores alegrías a las que podamos aspirar quienes nos dedicamos a las letras, a las letras para jóvenes: el compartir a través de esta mágica oralidad la tela de mis sueños. Que los renglones callados se levanten y se hagan voz y les digan, y te digan el por qué y el cómo de esta literatura desde la historia que desde 2004 vengo urdiendo en dos telares –la Imaginación y la Memoria- para ofrecer a los jóvenes… y a todos.
¿Ofrecer? ¿Y no sería más adecuado, no resulta más puntual usar la palabra que de mi corazón llega a los labios de Enrique, y que es OFRENDAR?
Ofrendar, porque es la entrega de algo sagrado, de algo que comencé a atisbar desde que era una niña –una niña que leía-, de un brillo de tesoro custodiado por tapas de libros siempre hermosos, libros eternos hechos de eso: de Imaginación y de Memoria, libros y rostros para llevar por siempre ahí, en esas dos potencias o en esos dos jardines, en esos dos lagos : tu imaginación y tu memoria.
Y entonces, cuando esas dos potencias –imaginación y memoria- se suscitan, ¡hágase la magia!
Y mágica es la historia que he vivido desde ese 2004 en que escribí mi primera novela, El Disco del Tiempo, con la que gané el Premio Barco de Vapor y pude abrir la anhelada puerta que guarda la puerta de los sueños, o mejor, de la ensoñación consciente.
Dice mi filósofo de cabecera, Gastón Bachelard, que “una ensoñación, a diferencia del sueño, no se cuenta. Para comunicarla hay que escribirla, escribirla con emoción, con gusto, reviviéndola en cada palabra escrita”. Del mismo modo, en esa primera novela, yo tuve una ensoñación con la Historia, con un período histórico del que muy poco se sabe y que por los restos arqueológicos se antoja magnífico, rutilante: la época llamada minoica, en la isla de Creta, durante la Edad de Bronce.
Y empecé a soñar en esa Historia desde adolescente, a los catorce años, que descubrí en un libro de esos que les mencionaba, los custodios de Imaginación y Memoria, una reproducción del llamado Disco de Festos.
¡Un mensaje jeroglífico! ¡Una escritura indescifrada! Dibujos hermosos dispuestos en espiral: una barca, un delfín, un remo, una espiga, un rostro, otro rostro, un hombre caminando, una rosa de ocho pétalos en el centro… y todo me hablaba, me hacía soñar, preguntarme cómo serían los hombres o las mujeres que cifraron ese disco de arcilla, del que puede decirse es el primer impreso de la historia. El primer impreso.
También dice mi filósofo de cabecera que hay que tener hambre de libros y que si hay que rezar, además de pedir el pan de cada día, pedir por el hambre cotidiana de libros. Y no hay manjar que abra más el apetito que una escritura indescifrada, que está quizá a punto de revelar su secreto.
“La experiencia estética es la inminencia de la revelación”, ha dicho Borges y todos esos sentimientos, toda esa hambre tuve yo con ese disco de Festos, ese disco impreso, ese libro, como Enrique, ángel, mensajero de trascendencia, cuando tenía 14 años.
Para construir esta novela realicé mucha investigación, descubrí textos estremecedores de estudiosos que consagraron su vida a resucitar el espíritu de la civilización minoica, hechos accesibles hace algunas décadas a través de la colección de los breviarios del Fondo de Cultura Económica, como El Toro de Minos de Leonard Cottrell, y Arqueología de Creta, del fascinante John Pendlebury, que muriera como héroe en Creta durante la Segunda Guerra Mundial, fusilado, resistiendo la invasión alemana.
Los sueños de los hombres se encuentran a través o a pesar de los siglos y no sabía yo a los 14 años, cuando descubrí el Disco de Festos en ese libro tan adolescente como yo, que mis ojos hipnotizados estaban recibiendo los sueños de toda una civilización. Que el rey Minos y el arquitecto Dédalo, la princesa Ariadna y el héroe Teseo me estaban llamando para que yo reviviera con emoción, con gusto y apasionadamente las claridades de su mito y las sombras de su historia.
Desde niña también soñaba con la Atlántida. La imagen de ruinas sumergidas es para mí la belleza absoluta. En esa investigación que les digo encontré la hipótesis –para mí muy convincente- de que la Atlántida fue en realidad la civilización de la isla de Creta, la civilización de Minos, la que hizo el Disco de Festos, y que fue destruida por sismos y tsunamis producidos por la explosión de la cercana isla de Thera, en cuyo centro explotó un volcán.
Sismos.
Enormes olas.
El Agitador de la Tierra.
Poseidón.
Poseidón, que vengativo por las faltas de Minos destruyó su imperio, su talasocracia, su poder del mar. Crujieron los huesos de la isla resplandeciente, se abismaron los palacios y los supervivientes quedaron tristes, temerosos entre escombros y fueron débiles ante la invasión de los señores guerreros de la Grecia continental, los fieros micénicos.
¿Sismos?
Cuando yo tenía veinte años, en 1985, ocurrió en la Ciudad de México un sismo de enormes proporciones. Mi entorno se desmoronó. Las calles destruidas, edificios altísimos derrumbados, como monstruos antediluvianos, con el dolor humano entre los escombros. Oscuridad. Miedo. Olor a muerte. Silencio. Y en esas noches que siguieron, que dormíamos en la calle, en los autos, por miedo a los derrumbes, sucedieron réplicas del sismo y yo escuché el toro de la tierra, una ronca voz despiadada y atrozmente hermosa, implacable, la misma que escucharon Minos y Ariadna y Teseo y Dédalo. La misma que escuchó el arqueólogo Arthur Evans en Creta, durante sus excavaciones, en un tremendo sismo que le hizo entender todo: la dimensión telúrica de la civilización cretense, la fuerza del epíteto Agitador de la Tierra, para Poseidón, los sacrificios cruentos que ahí sucedieron, el Pánico y el Todo.
Así yo entendí o creí entender en esas noches de 1985 la dimensión telúrica de mi país, México. No solo como un dato científico, sino como la condición de posibilidad, desarrollo, creencia y supervivencia de mi gente, de los antepasados aztecas, de su sabiduría cifrada en el mito del Quinto Sol, Sol de Movimiento.
Así yo entendí o creí entender en esas noches de 1985 el milagro que es estar vivo y el poco tiempo que tenemos para venir a florecer en la tierra. La responsabilidad que tenemos con nuestros antepasados, con nuestros contemporáneos y con nuestros herederos. La urgencia de crear una edad de oro en la oportunidad que nos ofrece este presente, de dejar un imperecedero disco de Festos, disco del tiempo, sea mensaje, oración, himno o sueño, para tocar alguna vez un remoto corazón y enamorarlo para siempre.
Con ese imborrable recuerdo del sismo mexicano de 1985, me aproximé en ese libro al sismo que destruyó Creta en el siglo XVII antes de nuestra era. Con el recuerdo de la voz del toro. Con la urgencia y el hambre de encontrar la raíz de los sueños en esa isla llamada Creta.
Visité los jardines, los lagos de la Imaginación y la Memoria y urdí ese libro para tu imaginación y tu memoria.
Investigué y soñé.
Me ensoñé y escribí.
Con gusto, con pasión y con el ferviente deseo de que los jóvenes lectores revivieran ese mundo, que ellos pusieran en operación esa magia.
Esa magia y los sueños que me entregó ese disco de arcilla son los responsables de que yo esté aquí con ustedes, a través de Enrique, pues fue la secuencia de El Disco del Tiempo, la novela El Disco del Cielo, con la que mis letras entraron en Gente Nueva en 2011 y mi corazón para siempre.
Muchas gracias.