En un sueño de palabras...

Vengo del Norte en las manos y en el cielo

1 may 2016


Vuelo AM2 de Aeroméxico Madrid-México.
Filas 32 y 34 en la parte posterior de la nave.
Cinturones de seguridad, pantallas, audífonos, reducido espacio y muchas horas.
En el grupo 5 coincidí con Francisco Ruiz Barbosa, Gerente del FCE filial España y conversamos con la amabilidad que lo caracteriza. Nuestros asientos estaban muy próximos.
Al lado mío, un señor revisaba una libreta en la que distinguí una hermosa caligrafía y algunos versos. Junto a la ventanilla su esposa contemplaba las nubes. Pasaron dos horas, nos sirvieron el refrigerio. Yo, detrás de Francisco, alcanzaba a ver que miraba una película.
De algún modo mi vecino y yo comenzamos a hablar. No recuerdo el motivo, pero a los diez minutos ya estábamos enzarzados en los versos. Jesús Hedo Serrano, madrileño, profesor retirado de literatura española. Experto, sabio, portentoso. Me recitó el comienzo de la Eneida en latín. Su esposa, adorable, fina, culta, Carmen Martínez. Sus amigos: Loló y Félix en la fila de adelante. Ella homeópata, espiritual, alternativa; él científico. Y hablamos y hablamos, intercambiando asientos, de la poesía española, de la madre España, de los aztecas, los olmecas, los mayas. Pasaban las nubes y volaban las palabras. De su primer viaje a México, de Cortés y Moctezuma, de Copo de Algodón y del Inca Garcilaso de la Vega.
En un momento, a Jesús le recité el poema II de Vengo del Norte, de Aurelio González Ovies. Un sobrecogimiento atravesó la nave.
Francisco se acercó a nosotros y con su tersa y carismática manera de ser cautivó a los españoles. Gerente del Fondo de Cultura Económica.
-¡Nosotros hicimos la carrera universitaria con los libros del Fondo!
Seguimos diciendo versos, las letanías de Nuestro Señor Don Quijote, de Rubén Darío, Los motivos del lobo, casi a gritos sobre el ruido del avión que vuela. Los sobrecargos nos mandaron callar, bajamos el volumen de nuestras voces pero no el entusiasmo.
Comentamos sobre las presentaciones que tuvimos en la Librería Juan Rulfo y volvió a salir el nombre de Aurelio. El poeta asturiano. Él me había llevado el regalo infinito de un ejemplar de su libro Vengo del Norte, el accésit del Premio Adonáis de 1992
-Yo he leído todos los Premios Adonáis -dijo Jesús.
-Pero no el accésit. Este accésit. Vengo del Norte.

Y nos sentamos cuatro en la fila de tres y abrimos el libro en el poema XV: "Si me entregas tus tierras"... de memoria los versos en las hojas pegadas: "Pídeme que te ofrezca mi sangre", y nos tomábamos de las manos, los mexicanos y los españoles. Y ya subyugados, leímos el último poema: "Alguna vez se posarán los pájaros a cantar en tus brazos, a descubrir que somos los náfragos del tiempo, LOS HEREDEROS DE UNA CANCIÓN DE AMOR que se escuchaba en las brumas del Norte".
Y todos pusimos las manos sobre las palabras del poeta infinito y fuimos a treinta mil pies de altura viajeros alados del mismo verso.