Anabel Sáiz Ripoll, María García Esperón y Santiago Montobbio apuestan por los clásicos |
Ya habíamos tenido el día anterior con Anabel Sáiz Ripoll y el arqueólogo Óscar Martín una inmersión en esa magia que es la antigua Tárraco. En la puerta del Museo nos esperaba Santiago Montobbio, quien hizo el camino desde Barcelona y ya conversaba con Pilar Sada. A poco llegó Francesc Tarrats, quien nos recibió cálidamente y nos habló con pasión y alto conocimiento del Museo que dirige.
El Museo se nos abrió como un libro. Brotaron nuestras palabras y la emoción de estar en ese momento acercando las orillas -América, Europa- en nombre de nuestros más altos valores comunes que proceden del mundo clásico. La comparación entre las excavaciones que revelaron el Templo Mayor en la Ciudad de México y el rescate para la contemporaneidad de la antigua Tárraco. Mis libros: Dido para Eneas y El remo de Odiseo pero también el primero, El Disco del Tiempo, cuyo dinamismo me había llevado a ese momento. Las palabras de Anabel Sáiz Ripoll en torno a la necesidad de acercar a los jóvenes los clásicos de una manera comprometida fueron escuchadas con mucha atención por el público asistente; encomió el trabajo del ilustrador mexicano de Dido para Eneas, Omar Urbano y la síntesis que el artista hizo de las arquitecturas mediterráneas y su sentir mesoamericano. Santiago Montobbio abrió su intervención en un catalán elegante y preciso para después ofrecer en castellano un discurso brillante en torno a la importancia de Grecia y Roma, a la vivencia de lo sagrado para los griegos; leyó algunos de sus poemas en los que se dibuja la apreciación profunda que tiene del espíritu clásico tal y como lo ha vivido en su Cataluña, antigua patria y evocó la obra poderosa de Jorge Folch, el poeta misterioso que quiso llamarse Creso Livio y ser hijo de un pretor de Tarragona.
Al término, urgidos por el tiempo, pues Santiago y yo teníamos que tomar el último tren a Barcelona, guiados por Pilar y Francesc contemplamos piezas de arte que nos conmovieron hondamente: el mosaico de los peces, el rostro de Adriano, el de Claudio, los ojos negros de Caius Valerius Avitus, su Mnemósine y sus Musas.
Entre mármoles nos despedimos y caminamos por la noche de Tárraco. La luna casi plena sobre el anfiteatro. Y eterno, el Mare Nostrum.
Con Pilar Sada, entre las esculturas que alguna vez adornaron el Teatro de Tárraco |