La marmórea cercanía,
eternidad
blanca como los siglos
que han pasado
del instante
de Atenea:
imágenes sin verbo
que confiera
muerte tanto tiempo al todo.
Solo mármol,
hombres y centauros,
Dioses en un
tiempo en que la luz
Daba las horas
y las sombras a la muerte.
Luz de amapola
por la cúpula de las edades
que ilumina el
sueño de Pericles
–el hombre que
fue Atenas–
y la fuerza
del imperio
que de la
pólvora del otomano
y los cañones
de Venecia
por amor al pentélico
papiro
hizo nacer luz
ática en el
país del sol
muerto;
ahí donde los
frisos descendieron
de sus
columnas a las terribles
alturas de los
hombres
y por vez
primera vimos
la espalda del
Dioniso,
en su
alabastro atardecer,
que Fidias quiso
solo para los ojos
inmortales de
la obscuridad
y la ceguera
eterna de los dioses.