Severo Ochoa. Un Nobel español
Pablo Sanz Angulo
Ilustraciones: Moisés Ojeda
Ediciones El Rompecabezas
Colección Sabelotodo
España, 2014
Ilustraciones: Moisés Ojeda
Ediciones El Rompecabezas
Colección Sabelotodo
España, 2014
Con una pluma ágil y fresca, a ratos sutilmente poética, Pablo Sanz Angulo nos narra la historia de Severo Ochoa, quien obtuviera en 1959 el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus investigaciones sobre el ARN (Ácido Ribonucleico), compartido este con su discípulo Arthur Kornberg.
Desde su infancia en Luarca, Asturias hasta el posterior establecimiento de la familia en Málaga, los viajes de sur a norte, los vientos refrescantes de América en que llegaban envueltos los asturianos, la II República, la Guerra, el exilio fructífero en Estados Unidos, la vida de Severo Ochoa se nos va dibujando en este libro como el florecimiento intelectual de un niño español en un mundo a la vez convulso y fascinante.
Destinado a los lectores jóvenes, el texto no hurta las capas sombrías de toda existencia -la muerte temprana del padre, la enfermedad de la madre, la fractura de España, la guerra y el exilio- pero todos los acontecimientos se proyectan a la construcción de un carácter de verdadero científico.
A lo largo del texto, Pablo Sanz explica con una enorme sencillez la trascendencia de las investigaciones de Severo Ochoa, vinculándolas con su ambiente familiar, haciendo énfasis en la cámara oscura que poseía su hermano aficionado a la fotografía y regocijándose en la descripción del laboratorio casero del joven sabio:
"Tenía Severo una colección de cubetas, pipetas, matraces y medidas impresionantes. Tenía incluso un mechero, y un vidrio de reloj. Todos perfectamente ordenados y limpios; llamaba la atención el rigor con que se tomaba todo lo relacionado con sus experimentos. Para Severo sus investigaciones ya no eran ningún juego, y con ellas causaba gran admiración entre sus amigos y excompañeros del instituto de Málaga".
La vida de los científicos destacados, en general, nos es más desconocida que la de los artistas ilustres. Rastrear en una infancia las semillas de las que brotará el árbol de su genio es un ejercicio fascinante. Mirar en el destino cumplido el origen promisorio, la madre, la tierra, el mar, del que se ha brotado, nos recuerda la dimensión humana de los genios consagrados por el mármol o por el Nobel, nos aproxima a ellos y nos hace apreciarlos de una manera más íntima. Pablo Sanz Angulo, en Severo Ochoa. Un Nobel español, logra entregarnos, cercano y diáfano un hombre que alguna vez fue un niño.
Severo apagó una a una las luces del laboratorio. Dejaba para el final la que iluminaba el viejo cuadro. Le gustaba que la última imagen diaria del laboratorio fuera su pueblo natal, así que podía volver a casa conduciendo y soñando que estaba de vuelta en aquella época. Se imaginaba otra vez niño y se zambullía en las frías aguas de Luarca, nadando y tragando agua. Su ilusión le parecía tan real que hasta le picaban los ojos al abrirlos bajo el mar. También miraba desde lo lejos a las niñas de su edad, hacía castillos de arena con sus hermanos y jugaba a la rayuela. Aunque fuera sólo un rato, volvía a ser el niño feliz y tremendamente curioso que fue".