
En él se manifiesta la verdadera estructura de la realidad, transformación constante donde el orden es mudanza y donde jamás culmina la cadena de las formas.
La felicidad como objetivo o descanso aquí no tiene cabida, a menos que sea un breve descanso muy cansado, como en el verso de Quevedo.
Así desgastado y ojeroso, melancólico y descansado de cansarse, el alquimista puede recomenzar -una y mil veces- a transmutar la realidad en el oro apetecido.
*Aunque menos repartido, más raro.