Catania, a los pies del volcán Etna, es como todo en Italia y particularmente en Sicilia, de una riqueza cultural impresionante. La piazza del Duomo, con la Catedral, dedicada a Santa Águeda, el Palacio Municipal -palacio de los elefantes- y el emblemático monumento que consta de elefante y obelisco egipcio, -el Liotru- posee ese adictivo sabor mezcla de... ¡todo! lo mediterráneo que desde hace siglos ha convertido a Italia en la meta de artistas y literatos. El sol derrama sus chorros de oro en estos días de junio que me acontecen llenos de arte y belleza, de exploración y aprendizaje. Unos días más en Catania y a seguir caminando por la orilla sur de Sicilia, la entrañable Trinacria.
El símbolo de Sicilia: la Trinacria, la cabeza alada de Medusa -en otras descripciones, del dios del sol- y tres piernas que representarían la primavera, el verano y el invierno. Constituye la bandera de Sicilia, sobre amarillo y rojo, colores que representan la valentía de las ciudades de Palermo y Corleone durante las llamadas "Vísperas sicilianas" del siglo XIII, contra los franceses. También se le llama Triscele y Triquetrasi.
La fontana dell'Elefante, en estado de ¡reparaciones! |
Nos conformamos con el grabado que muestra la escultura de basalto -de probable origen cartaginés- y el obelisco de origen egipcio que aprovecharon los romanos como meta en el antiguo circo de Catania. La fuente fue realizada por el arquitecto Giovanni Battista Vaccarini en las primeras décadas del siglo XVIII. Se le conoce como Liotru, por la corrupción del nombre de Eliodoro, un personaje confuso que quiso ser obispo de Catania y acabó en nigromante. La leyenda cuenta que fue él quien pergeñara la figura del elefante... y que además lo aprovecharía en sus traslados brujeriles de Catania a Constantinopla.
La estatua de Santa Águeda, mártir cristiana cuya historia guarda elementos iniciáticos, es la pieza central de la fachada de la catedral a ella dedicada. La inscripción acróstica N.O.P.A.Q.V.I.E. esto es: Noli offendere Patriam Agathae quia ultrix iniuriarum est (No ofender a la patria de Águeda que es la vengadora de toda injusticia) pone un pie en la leyenda y otro en la historia, pues se remite a la presencia del emperador Federico II, deseoso de ejercer su hegemonía sobre las ciudades sicilianas. Al rebelarse Catania, se cuenta que el emperador amenazó pasar a cuchillo a todos los habitantes, sin importar su condición, pero que permitiría una última misa en la catedral, a la que él mismo acudiría. Letras misteriosas aparecieron en su misal con el amedrentador mensaje en latín, que llevó al emperador a mudar de opinión y perdonar la vida a los cataneses.